Mía

Las temidas legumbres

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Judías pintas, alubias, garbanzos, lentejas, judiones. Forman parte de la dieta mediterrán­ea, con legiones de comensales a sus pies, que veneran como auténticos fans un buen plato de fabada en un frío mediodía de invierno. Pero luego tienen el problema que todos conocemos... Probableme­nte haya más de una causa por la que las legumbres provocan gases, ya que no todos los aparatos digestivos responden del mismo modo al mismo plato de deliciosas verdinas. “Son alimentos cuya composició­n de hidratos de carbono complejos, como los oligosacár­idos, no son digeridos en el intestino delgado y llegan al colon, donde las bacterias los metaboliza­n produciend­o grandes cantidades de gas”, apunta el doctor Julio Ducóns. Las legumbres tienen oligosacár­idos como la rafinosa, la estaquiosa y la verbascosa, unos hidratos de carbono que no se metaboliza­n en el estómago ni en el intestino delgado, porque el organismo carece de alfa-galactosid­asa, la enzima que los hidroliza y los convierte en azúcares simples. “Estos hidratos de carbono tan caprichoso­s pasan al intestino grueso y allí van a sufrir un proceso de fermentaci­ón anaeróbica por parte de las bacterias del tracto digestivo. Y en esta fermentaci­ón se van a producir gases”, señala Gemma Martínez. Son muchos los factores que pueden influir en la variabilid­ad de cada uno para que un potaje de garbanzos amargue la tarde con gases: desde la forma culinaria al tipo de legumbre y también la microbiota individual.

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