Mía

María Adánez.

“LA MUJER FATAL NO EXISTE, ES UN INVENTO MACHISTA”

- por RAQUEL MULAS

Hay trayectori­as de actrices que aun siendo largas son tan aburridas como una carretera de la llanura manchega. Hay otras que están tan plagadas de curvas y riesgos que en ellas es imposible perder la atención porque cada kilómetro es nuevo y sorprenden­te. María Adánez decidió, en un momento de su vida, seguir el camino de las curvas. Venía de ser una de las niñas mimadas del cine español de los 90, la vecina más pija de la serie más rompedora, pero un día probó el ‘veneno’ del teatro y no lo pudo dejar. Entonces se convirtió en Salomé, en la señorita Julia, en una bruja de Salem o, como ahora, en Lulú, la mítica femme fatal. Con su bagaje se podía haber acomodado pero no, ella se atrevió con el más difícil todavía.

En Lulú, la obra que representa­s ahora, encarnas a la mujer fatal. ¿Es un mito o existen mujeres así?

MARÍA ADÁNEZ: Lulú es un mito, una invención masculina para cargar sobre la mujer la culpa y la responsabi­lidad de todos los males de la humanidad, como hicieron con Eva, Lilith, Pandora, Jezabel o Helena de Troya. La obra indaga en esa creación machista y patriarcal de la mujer fatal, una imagen tópica de la que aún no nos hemos desprendid­o las mujeres. El dramaturgo Paco Becerra escribió Lulú para revisar estos estereotip­os y darles la vuelta, por eso la obra se cuenta desde el punto de vista masculino pero también desde el de la mujer, que realmente es una víctima.

has definido la obra como un cuento contra la violencia machista y la misoginia.

El mensaje que subyace en Lulú es esa violencia de los hombres hacia las mujeres, una violencia que existe desde hace siglos en todos los lugares del mundo en forma de maltrato, de abuso sexual, de acoso. Que llegue al público ese mensaje es un compromiso de todos los que hacemos Lulú.

Precisamen­te contra el machismo y la desigualda­d de género en el cine español se alzaron las voces en la última ceremonia de los Goya. ¿crees que es el lugar más adecuado para hacer reivindica­ciones feministas o contra el acoso, como han hecho muchas actrices, por ejemplo, durante la entrega de los Globos de oro?

Es la fiesta del cine español. De lo que hay que hablar en los Goya es de sus atractivos porque nuestra industria cinematogr­áfica no tiene nada que ver con la de Estados

“Hay que tener un respeto al público que ha pagado un dinero por una entrada de teatro, sobre todo en un país en el que solo se come y se bebe”.

Unidos y no podemos hacer lo mismo. Allí da igual que el presidente sea George Bush o el impresenta­ble que está ahora porque su cine lo sostiene el mecenazgo, mientras que en España depende de las subvencion­es públicas. ¿Que si estoy de acuerdo con mensajes como

Me Too o Time’s Up? Por supuesto. Pero el acoso no ocurre solo en el mundo del cine, sucede en todas partes, en la calle, en las familias o en las empresas. Mi manera de contribuir contra el acoso no es reivindica­ndo el feminismo en los Goya, que es un momento para divertirse, para celebrar, sino haciendo obras como Lulú, que denuncian la violencia machista o El pequeño poni sobre el bulling, que he estado representa­ndo hasta hace unos días. Por eso hay que decirle a la gente que vaya al teatro porque se puede encontrar con historias como estas, que remueven conciencia­s pero también hacen pasar un buen rato. ¿Es cierto que durante un tiempo te obsesionó no encasillar­te en la comedia?

Quería dejar de ser la Jennifer Aniston española. No quería quedarme atrapada en la comedia y el teatro me dio esa oportunida­d. Fue Miguel Narros, con Salomé, el primero que me ofreció un personaje dramático.

Pero ahora en televisión te podemos ver haciendo drama. En Amar es para siempre interpreta­s a Charo Ponce, una exactriz que regenta su propio negocio.

Charo es una mujer libre, una pionera. Ha sido actriz y ahora es empresaria. Es una mujer adicta al alcohol, sola, sin hijos. Es jefa de su propia vida, algo minoritari­o entre las mujeres de esa época. Disfruto con el papel. ¿Por alguna razón optas por este tipo de papeles?

Ahora me apetece hacer personajes con enjundia porque me motivan mucho más. Y ¡ojo! soy muy defensora de la comedia. La comedia es un arma muy poderosa, mucho más que el drama. Tú, a través de la risa, puedes lanzar el mensaje que te dé la gana porque en esa relajación del ‘ jajaja’ entra sin darte cuenta, es mucho más potente; con el drama la gente, a priori, dice: “Uy”. Yo tengo la suerte de haber hecho series mordaces e inteligent­es como Pepa y Pepe y Aquí no hay quien viva, que fue la primera en este país que propuso la homosexual­idad de una manera natural o la libertad de las parejas, así que puedo decir que me siento orgullosa de haber hecho series de comedia con mucho contenido. ¿Por qué has dicho que el teatro es lo que más te ha hecho crecer como actriz?

Porque me ha quitado de la zona de confort, del sillón de casa, del sofá, y eso es lo interesant­e para mí. El teatro conlleva riesgo y yo intento que cada vez sea mayor. Hay actrices que no se atreverían nunca a dar ese salto, ¿por qué?

Porque pagas un precio: status, dinero, soledad, esas cosas. Pero creo que lo mejor está por llegar.

Actrices como Nuria Espert continúan pisando el escenario.

Y Julieta Serrano, Lola Herrera o Concha Velasco. Todas son octogenari­as y teatreras, de las de ir con maleta por los pueblos. Esas son las de raza, como digo yo, que un día hacen una función para 600 personas y otro para 30. ¿Te has encontrado alguna vez el patio de butacas casi vacío?

Sí y hay que hacer la función para 30 porque han pagado sus 15 o 25 €, que es una pasta. Hay que tener un respeto al público que ha pagado un dinero y es un esfuerzo, sobre todo en un país en el que solo se come y se bebe. La gente dice que el teatro es caro pero luego paga 10 € por un gin tonic.Y yo digo: “Una entrada de teatro cuesta lo que valen dos gin tonic”. Oye, cómo duele pagar por la cultura en este país, pero pagar por los

gin tonic no duele, no pesa.

¿Para entrar en situación antes de salir a escena qué haces?

Nada en especial. Puedo estar leyendo una revista o hablando con un compañero. Le quito importanci­a a lo que voy a hacer. Eso es lo que más me relaja. ¿Te das cuenta de lo que ocurre en el patio de butacas mientras estás actuando?

Sí, percibimos absolutame­nte todo, estamos muy cerca. A la gente le suena el móvil, se ve la pantalla iluminada del iPad, escuchas cuando ríen o lloran o el sonido del envoltorio de los caramelos. En una representa­ción de La

verdad, con José María Flotats, a una señora le dio un infarto. Estaba en la última fila y la sacaron del teatro. No paramos la función pero durante un tiempo nos preguntamo­s: “¿Qué hacemos, qué hacemos?”.

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María en la obra Lulú.

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