Brad Pitt.
Ahora que el actor cumple 55 años, homenajeamos ese día en el que, con 22, decidió dejarlo todo a medias y empezar su nueva vida de cero.
“LA FAMA TE HACE SENTIR CONSTANTEMENTE COMO UNA CHICA PASEANDO FRENTE A OBREROS”.
Estos no son datos contrastados, pero nos atrevemos a decir que la suya es la cara que más carpetas y paredes ha empapelado del mundo. Tres de cuatro amigos le nombrarán como uno de los hombres más guapos de la historia. Además, construye sus propios muebles, diseña casas y es un filántropo. Y lo peor es que ni siquiera parece ser un capullo. “Me gusta Brad porque no es un gallito”, opina de él Guy Ritchie. “Está lo más lejos posible de serlo (...) y no conozco a nadie con más derecho a serlo que él. Y, con todo, es un buen tío. Lo sabes en cuanto lo conoces”.
un impulso de última hora
Su historia es un perfecto y cinematográfico cliché americano. El joven que un día decide coger su coche, dejar atrás su tierra natal, Springfield, Misuri; y marcharse a Los Ángeles con 325 dólares en el bolsillo y que, después de haber trabajado disfrazado de pollo y como chófer de strippers, por fin alcanza la fama como actor. Lo gracioso de su caso es que, a pesar de ser un cinéfilo, él nunca se había planteado que pudiera dedicarse al cine. El día que tuvo la epifanía y se dijo: “¿Y por qué no?”, le quedaban solo dos semanas y un trabajo que entregar para graduarse en la carrera de periodismo. Pero ya no tenía tiempo que perder.
15 minutos y a la fama
Aunque ya había conseguido pequeños papeles antes, fueron sus 15 minutos en la película Thelma y Louise los que le hicieron famoso. Él es consciente de que lo consideraron sex symbol antes que actor. En nuestro caso, aunque agradezcamos verlo en Leyendas de pasión o Troya, nos quedamos con sus 12 monos o su Snatch, cerdos y diamantes, aunque sea como secundario. Porque una cara bonita solo sirve para forrar carpetas.