Trail Run

La Magnetoise

Estrenamos sección en Trail Run de la mano del cocinero-corredor, ¿o corredor-cocinero?, ¿qué fue primero el huevo o la gallina?...- Zigor Iturrieta. Un recorrido gastrodepo­rtivo por las montañas del mundo. Comenzamos con los 67 km de La Magnetoise en Bél

- POR: ZIGOR ITURRIETA, CORREDOR Y COCINERO

¿Bélgica? ¡Pero si en Bélgica no hay montañas!". Eso es lo que le respondí a Alberto Arizkorret­a, director del nuevo programa que teníamos en mente grabar los siguientes meses. Tenemos que remontarno­s un año y medio en el tiempo para conocer todos los detalles de esta pequeña aventura que nos traíamos entre manos. Algunos de vosotros ya lo sabréis, pero seguro que la gran mayoría no. El servidor, aparte de correr y ser padre, tiene un programa diario de cocina en ETB ( la televisión autónoma vasca) llamado Txoriene, donde durante una hora cocino diferentes platos en compañía de algún invitado. Cada día tengo un invitado diferente y con él charlamos, cocinamos y, claro está, comemos. El director de este programa es el antes mencionado Alberto Arizkorret­a, que ya lo lleva dirigiendo más de 4 años ( los dos últimos conmigo). Pues bien, antes de este proyecto, Alberto estuvo como director en un programa llamado Chiloe, donde, durante más de 70 programas, viajaron por todo el globo terráqueo sugiriendo países, culturas y lugares. El que ha probado la droga de los viajes, quiere volver a repetir, por lo que Alberto llevaba un tiempo preguntánd­ome si se me ocurría algún formato diferente para hacer otro programa de viajes. Enseguida se me encendió la bombilla y le dije que en nuestro loco mundo del deporte más de una vez organizamo­s las vacaciones o nuestros viajes con la excusa de una competició­n. Al parecer, la idea gustó y en marzo del 2016 ya estábamos grabando el programa piloto en la Transgranc­anaria (¡dónde si no!). Para este año, en principio, tenemos seis capítulos programado­s de este nuevo Chiloe y, como ya os he dicho antes, el primero fue en Bélgica.

Bruselas en clave gastronómi­ca

Nuestra aventura empezó grabando algunos de los lugares más emblemátic­os de la capital belga. No os contaré todo lo que vimos porque necesitarí­a un par de artículos más, así que me centraré en lo que más me gustó. Como bien sabréis muchos de vosotros, yo soy cocinero de profesión y de vocación, por lo que empezaré hablando de lo que uno puede encontrar para darse un buen homenaje gastro-cultural en la ciudad donde se encuentra el Europarlam­ento. Como todos sabéis, en Bélgica están algunos de los mejores artesanos de chocolate del mundo: Nehujaus, Corné, Galler, Godiva,

"Lo primero que me impresionó de La Magnetoise fue el precio de inscripció­n, 3€ antes de la fecha y 5€ el mismo día de la carrera"

Leónidas... pero si queréis el consejo de un profesiona­l, pasaros por la chocolater­ía de Laurent Gerbaud. ¡Espectacul­ar! Un tipo súper simpático y que los dos últimos años se ha llevado la mayoría de premios sobre el chocolate que en ese país se otorgan anualmente. También recomiendo comer un gofre de Bruselas, más ligero y jugoso que el de Lieja (aunque este también está muy bien) y que, según nuestro guía, para saborearlo bien tenemos que comerlo sin nada encima, solo un poco de azúcar glass o como mucho un buen chocolate. Si sois de comer pescado, otro gran clásico de Bruselas son los mejillones con patatas fritas, pero no podéis iros de la ciudad sin antes haber visitado la “Noordzee – Mer du Nord” en la calle Sainte-Catherine. Es una especie de pescadería donde puedes comprar pescado o marisco para llevar a casa o para comerlo allí. Tienen una terraza llena de mesas altas donde esperas a que desde la barra de fuera de la tienda griten a pleno pulmón tu nombre y vayas a por tu pedido. La oferta gastronómi­ca de esta ciudad es muy extensa y variada, nosotros comimos en un 2 estrellas Michelín, un restaurant­e etíope y otro de Chips&Fish, y en todos comimos muy bien, y sobre todo bebimos muy bien. Creo que podría escribiros un monográfic­o sobre la cerveza belga, pero vamos a ser serios y centrarnos en lo nuestro, que somos deportista­s. Solo deciros que en la semana que pasamos en Bélgica probamos más de 25 cervezas y todas eran completame­nte distintas y estaban muy, pero que muy buenas. En cuanto a qué visitar mientras estáis en la capital belga, las opciones son muchas y muy variadas. En una ciudad con tanda historia como Bruselas no faltan los grandes edificios históricos, plazas o monumentos, pero yo solo os mencionaré algunos de los que más me gustaron. Ir a Bruselas y no visitar La Grand Place no tiene perdón, sobre todo de noche. También me gustó mucho el Museo de Instrument­os Musicales, un edificio de estilo modernista situado cerca del Palacio Real. El famoso Manneken Pis, el niño desnudo meando en un cuenco, uno de los símbolos de la ciudad, no impresiona tanto, pero lo que sí está bien es el museo que tienen con los más de 600 trajes que la gente hace para este niño. El museo del cómic, el mercadillo diario de la Place du Jeu de Balle, las Galeries St Hubert..., y fuera de la ciudad lo que más nos impresionó fue el Atomium, la reliquia emblemátic­a de la Exposición Internacio­nal de Bruselas de 1958. ¡Impresiona­nte! Si después de patearnos toda la ciudad, comer unos mejillones con patatas, un gofre y unos bombones, aun tenemos ganas de entrenar, Bruselas ofrece numerosos parques donde poder trotar un poco. El que queda más cerca del centro es el Parc de Bruxelles, pero está a tope. Lo menos conté a 150 runners corriendo por su interior, y tampoco es un parque muy grande. Personalme­nte, calentaría unos 3 km entre calles en dirección a las afueras y me acercaría al parque de Bois de la Cambre.

La Magnetoise

Tras tres días de grabación en Bruselas cogimos un tren y en menos de una hora nos plantamos en Lieja, lugar de nacimiento del emperador Carlomagno. Si no viajáis en tren, por lo menos os aconsejo que os acerquéis a ver la estación de tren de esta ciudad, diseñada por el arquitecto Santiago Calatrava, impresiona. También acercaros a ver la subida a la montaña Bueren, una amplia escalera de 374 escalones construida en 1881 para que los soldados bajaran de la colina donde tenían el fuerte a la ciudad y, como en Bruselas, también encontrare­mos un montón de buenas chocolater­ías, edificios históricos, restaurant­es donde comer sus famosas Boulets a la liegeoise (albóndigas típicas de la región) y muy buen ambiente callejero. Tras visitar Lieja nos dirigimos a nuestro destino, Magnée, un pequeño pueblo de unos 1.300 habitantes de la región de Wallone. Al día siguiente nos esperaban los 67 km de La Magnetoise, la carrera elegida para dar el pistoletaz­o de inicio a esta locura nuestra. Lo primero que me impresionó de esta carrera fue la inscripció­n. No recuerdo muy bien cuanto era, algo así como 3€ antes de la fecha y 5€ el día de la carrera..., es decir, estaba tirado de precio y eso que la inscripció­n incluía la cena de la pasta (muy buena a todo esto). Otra de sus caracterís­ticas es que en esta carrera no hay premios. Según sus organizado­res, todos los corredores son iguales y no se hacen distincion­es entre el primero y el último. Con todo esto, el sábado a la tarde cogimos nuestro dorsal y tras cenar con el resto de corredores nos fuimos al hotel dispuestos a descansar algo.

El día de la carrera

Puntual como un reloj suizo, Santi, descendien­te de inmigrante­s vascos que marcharon a Bélgica durante la Guerra Civil, nos esperaba en la puerta del hotel para llevarnos en coche desde Lieja a Magnee. Él sería el chofer que se encargaría de llevar al equipo de grabación a diferentes puntos de la carrera y así poder grabar bien todo el transcurso de ella. Cuando llegamos a la línea de salida el termómetro del coche marcaba los -2 grados, por lo que tuve que tirar de coraje y ganas para salir de mi cálido refugio de cuatro ruedas. Son las 07:45 último vistazo al material obligatori­o y salgo a calentar un poco, ya me han avisado de que en esta carrera se

sale muy rápido y no quiero romperme en los primeros 500 metros. A las 8:02 de la mañana se da el pistoletaz­o de salida y allí partimos las más de 600 personas que disputarem­os las carreras de 20 km, 45 km y 65 km. Tras unos 400 metros de carretera asfaltada, la carrera gira a la izquierda y nos metemos en un estrecho sendero que nos pone en fila india por medio de un prado congelado por las bajas temperatur­as de la noche. El sendero pica hacia abajo, por lo que sin querer me pongo en primera posición. Tras poco más de kilómetro y medio de bajada nos encontramo­s de frente con un corto pero duro repecho, y esta iba a ser la tónica durante toda la carrera; cortas subidas y bajadas, alternadas con tramos lisos de pista o asfalto. Para el km 10 ya íbamos destacados tres corredores en cabeza de carrera. Por delante uno que tenía pinta de triatleta por el atuendo y 100 metros más atrás un belga y yo. No voy a decir que fuese con el gancho, pero sí que el ritmo me parecía excesivo para una carrera de 65 km y que si seguíamos así, tarde o temprano oiríamos un gran petardazo de esos que tan famosos hicieron a los Minardi en la Formula 1, hace ya unos cuantos años. Entre pitos y flautas los kilómetros van cayendo y llegamos con un buen calentón encima al km 25, donde nos espera un avituallam­iento y la separación de la carrera de 45 km y de 65 km. Allí me espera grabando Íñigo, el cámara, y mientras lleno mi soft flask de Overstims me salta: "Bien Zigor, vas primero de tu carrera, estos dos son de la de 45"… "¿Qué? ¡Cabrones, eso se avisa, que casi muero!". Después de esto, decido bajar el ritmo e ir controland­o, no vaya a ser que de repente me salga el negro del whatsapp por detrás de un árbol y me la líe... Poco a poco los kilómetros van cayendo y voy disfrutand­o de la carrera a buen ritmo. Los tramos de asfalto, que hay unos cuantos, se me hacen bastante pesados, pero como son cortos y escalonado­s, se dejan llevar. No tengo referencia­s fiables del segundo clasificad­o, por lo que me confío y bajo un poco el ritmo, ya que no quiero sufrir demasiado la última parte de la carrera, estamos en pretempora­da y el año es largo. En esas voy hasta que en el km 52, a unos 13 de meta, me pasa un tío alto y rubio con pinta de yanqui y se pone a tirar. Enseguida me pego a su culo y le pregunto si era de la de 65 km o esto era otra broma de mal gusto. Me responde que sí, que es holandés y que en su país, aparte de dar patadas a los balones, hacer mantequill­a, sembrar flores y fumar porros, también corren. Vamos por un tramo de asfalto y las piernas empiezan a doler un poco ya. Como apriete un poco más me deja. Empezamos a subir un pequeño repecho y para mi sorpresa el tío se pone a andar. Esta es la mía, aunque yo tampoco estoy para echar cohetes, le paso, me pongo a tirar y con la mejor de mis sonrisas le empiezo a animar para que me siga y vayamos juntos. Él mueve la cabeza y me dice que no puede, que va muy jodido. ¡La cagaste Burt Lancaster, ahora me toca a mí! Aprieto un poco más y poco a poco veo como se va quedando atrás, ha echado la toalla, la estrategia ha funcionado. Tras más de 64 km (64,8 según mi Polar V800) entro en primer puesto en línea de meta con un tiempo de 5 horas y 36 minutos. Feliz. Tras una buena ducha, como ya os he dicho antes, no hay entrega de premios, pero nos espera una deliciosa comida típica de la zona, compuesta por un puré de zanahoria, patata y carne, acompañado de salchichas estilo Frankfurt y buena y abundante cerveza belga... ¡Que más se puede pedir!

Vuelta a casa

Al día siguiente, lunes, teníamos el vuelo a casa, pero antes tuvimos tiempo para visitar un monasterio trapense donde elaboraban una cerveza digna de dioses y comprar abundante chocolate para regalar a la familia y amigos. Próximo destino: Sudáfrica.

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