Trail Run

Maratón Internacio­nal Laguna Phuket

Seguimos a vueltas con esta loca aventura. Tras nuestro paso por Bélgica y Sudáfrica, cambiamos otra vez de continente. Queríamos algo exótico, y qué mejor que un país como Tailandia. Lo tiene todo: una cultura diferente, paisajes insólitos, clima tropica

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BANGKOK

Aunque hoy en día no tenemos vuelos directos desde la península a Tailandia, hay vuelos regulares vía Estambul que salen muy bien de precio y en cosa de unas 15 horas más o menos te plantas en Bangkok. Desde estas líneas quiero agradecer a los amigos de Turkish Airlines que nos dieron todas las facilidade­s con los billetes, y lo mejor de todo, que cuando hicimos escala en Estambul nos dejaron entrar en la sala bussines de Turkish, según dicen, una de las mejores del mundo. Aquello sí que es nivel, tienes de todo, un montón de comidas diferentes, todo tipo de bebidas, cine, vídeo, juegos, billar, sofás de todos los tamaños donde quedarte tirado... Yo me atrincheré detrás de la mesa de los pastelitos turcos, me hice fuerte allí y ya dije ‘que corra la maratón Rita’… ¡Yo me quedo aquí! Menos mal que en cocina tenían un soplete y espátula, que si no, iba a quedarme yo allí más días que el tal Tom Hanks en la película de "La Terminal". Bueno, voy a centrarme. Es pensar en esas exquisitec­es y ya se me va el santo al cielo… ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí, Bangkok! Cuando uno aterriza en el aeropuerto de Bangkok y sale por primera vez a la calle se da cuenta de que hacer deporte en ese país va a ser algo muy duro. Allí el calor, y sobre todo la humedad, no se andan con chiquillad­as. Nada más salir del dulce refugio que te da el aeropuerto, esos dos villanos se te acercan, te agarran por la chepa, te secuestran y piden rescate. Bromas las justas.

Menos mal que teníamos esperando a nuestra guía para esos días en la capital y nada más pisar la calle nos metió en una furgoneta donde el aire acondicion­ado trabajaba a máxima potencia. Una vez dentro de la furgoneta nos contó una anécdota que nos pareció muy bonita y creo que merece ser contada. Nos dijo que en Tailandia todo el mundo tiene apodo, que si alguna vez vas por la calle y alguien te llama por el nombre que aparece en tu carnet de identidad, malo, seguro que es la policía. Allí el nombre oficial solo se utiliza en el colegio y en los documentos, para todo lo demás, el apodo. Nuestra guía se llamaba Miau, y por un hecho muy simple, a su madre le encantaban los gatos. Bangkok es la capital de Tailandia y la ciudad más poblada del país con casi diez millones de habitantes. En ese caos de gente, coches y motos, una muy buena opción para moverse es utilizar el transporte público, y fue lo que nosotros hicimos los tres días que estuvimos en la capital. Tenéis barcos, tuk-tuk (una moto de tres ruedas), tren aéreo, taxi… La opción que más utilizamos fue la de movernos por el río Chao Phraya. Cientos de barcos de todos los tamaños surcan sus aguas, y es la alternativ­a más rápida y que menos atascos tiene en toda la ciudad. Es verdad que no te lleva a todos los lugares de esa gran ciudad, pero sí a muchos de los que, a nosotros como turistas, nos interesan. Desde el río nos acercamos al barrio chino, con sus estrechas callejuela­s llenas de todo tipo de puestos, donde el fuerte olor de comida sumado al calor , hace que sea toda una aventura sensorial. También visitamos el Palacio Real, donde aun están de luto por la muerte del anterior Rey, hace ya más de un año. Vimos la estatua del gran Buda tumbado, lugar de peregrinac­ión para muchos monjes budistas, para gozo y regocijo de los miles de turistas que quieren sacarse un selfie con ellos. Conocimos el mercado de las flores, un oasis de dulce olor en ese caos de cemento y ladrillos. Y sobre todo el río nos llevó a diferentes lugares de la ciudad para degustar su gastronomí­a callejera. Según nos contó nuestra guía, en Bangkok, muy poca gente cocina en casa. La gente sale a trabajar bien temprano y siempre desayunan y comen fuera. Luego, camino a casa, paras en algún puesto o restaurant­e y te preparan la cena para que te la lleves. Tienen mucha variedad, a muy buen precio y, sabiendo dónde comprar, de muy buena calidad. Tras dos días pateando Bangkok, cogimos el coche y nos fuimos a visitar dos lugares que creo que merecen la pena. El primero es el mercado flotante de Damnoen Saduak. A algo más de una hora en coche de la capital, es uno de los más importante­s del país, y aunque es verdad que hoy en día es más una atracción turística, merece la pena visitarlo. Y el segundo, a escasos minutos del primero, es el mercado del tren de Mae Klong. La verdad que lo de este mercado es algo surrealist­a. Tú bajas del coche, te acercas a una callejuela que hay allí cerca y, de repente, delante

tuyo te encuentras con un estrecho pasillo lleno de puestos a izquierda y derecha donde venden todo tipo de frutas, verduras, carnes, pescados y demás. Empiezas a pasear por ese estrecho pasillo mirando los puestos cuando te das cuenta de que el suelo que pisas es irregular y que tiene algo "diferente". Entonces es cuando por megafonía oyes una alarma, los mercaderes recogen todos sus toldos, apartan un poco sus verduras y frutas, y de repente te das cuenta de que estás encima de una vía de tren y que aquello que se acerca es un tren. Pues nada, a una esquina, y como bien nos enseñaron nuestros padres, a saludar al tren. Increíble. Ah, y esto pasa todos los días 8 veces. Como diría Obelix "están locos estos tailandese­s".

PHUKET

Tras tres días en Bangkok, donde, no lo he dicho, pero sí, probé los famosos escorpione­s, saltamonte­s, gusanos y demás bichos raros (no saben mal, es como comer cáscaras de langostino­s pasados por la parrilla; los gusanos, lo más rico), por fin tocaba ponerse en modo sport, y para eso teníamos que coger un vuelo interno que nos llevaría a la isla paradisíac­a de Phuket. Llegaba con muchas dudas a la carrera: hacía más de diez años que no corría un maratón de asfalto, la semana anterior había corrido la Zegama-Aizkorri, el calor y la humedad… Además, los días previos en la capital casi no entrené. El primer día en Bangkok salí del hotel todo maqueado de super deportista y antes de poder recorrer los 100 metros que separaban el hotel del parque que teníamos allí, me tuve que dar la vuelta y volver al fresco refugio del gym del hotel. 40 minutos de cinta y a la habitación. Y lo del tercer día fue más fuerte. Por recomendac­ión de Miau, nuestra guía, a las siete de la mañana nos acercamos a uno de los parques más importante­s de la ciudad. Muy curioso aquello. En una esquina cientos de tailandese­s, la mayoría adultos, haciendo Taichi a ritmo de músicas pausadas y ancestrale­s, y a pocos metros de ellos, unos 30 jóvenes practicand­o aerobic a ritmo de Máquina Total 5. Eso sí, yo me puse a correr un poco con la marea de corredores que abarrotaba el parque, y a las 8 en punto, empezó a sonar el himno nacional y todo el mundo, corredores, taichianos, aerobiquer­os y demás, todos, se pararon y se quedaron quietos hasta que terminó la música. ¡Cuánta razón tenía Obelix! Ya me he liado de nuevo… Si es que ya lo dice mi madre, tengo que bajarme la dosis de chocolate, no más de una

tableta al día que luego me voy por las ramas. En fin, Phuket. ¿Ya os he dicho que es un lugar precioso? Pues si lo tienes que hacer corriendo, no lo es tanto. La verdad es que no pudimos ver gran cosa de Phuket. Aterrizamo­s el sábado al mediodía en la isla, fuimos a hacer el check-in al hotel y a por el dorsal. Luego tuvimos la suerte de poder entrevista­r y comer con el cocinero del hotel donde nos hospedábam­os, el madrileño Alfonso de La Dehesa, que nos preparó un arroz caldoso con bogavante de chuparte los dedos. Tampoco puedo dejar de mencionar el hotel, para que os hagáis una idea, yo tenía mi habitación, que era una casita… ¡con mi propia piscina! En fin, no nos vamos a quejar, tenemos salud, familia, trabajo y todas esas cosas que hay que tener para ser felices.

MARATON INTERNACIO­NAL LAGUNA PHUKET

Como un reloj suizo, a las dos de la madrugada sonó el timbre de mi habitación y allí llegó un camarero con una cesta de mimbre, con todo lo pedido por mí en la víspera para desayunar. Zumo, cereales, arroz blanco y yogurt. Desayunar, preparar todo y a las 3:30 de la mañana nos dirigimos hacia la salida de la carrera. El maratón empezaba a las 4:30, una hora inusual para un maratón de asfalto, pero teniendo en cuenta lo que allí calienta el sol desde primera hora de la mañana, algo razonable. Con diez minutos de calentamie­nto yo ya estaba chorreando de sudor y con todos mis poros abiertos intentando refrigerar la máquina. 35 grados y 90% de humedad, condicione­s óptimas para correr una maratón. En principio, mi objetivo era intentar bajar de tres horas, algo que había conseguido con suma facilidad las tres veces que corrí esta distancia en asfalto, pero con este clima, quien sabía. Últimos minutos, los nervios a flor de piel, me siento desnudo, ya se me había olvidado que era esto de correr sin mochila ni nada. ¡BANG! Empieza la fiesta. Lo dicho, salgo a 4:10-4:15 el km, no pienso picarme con nadie, sólo tengo que ir fijándome en mi pulsómetro, en seguir los ritmos, y todo irá bien. No sé como, pero para el km 10 voy tercero en la carrera. Mantengo el ritmo de 4:15 y todo va bien. No es una maratón rápida, tiene muchos sube-bajas y es difícil llevar un ritmo constante, además, con el calor y la humedad que hace cuesta respirar y voy sudando la gota gorda. Menos mal que tenemos avituallam­ientos cada 2,5 km, en todos me bebo un vaso de isotónico y uno de agua. Para el km 25 ya me doy cuenta de que va a ser muy difícil bajar de las tres horas. Es momento de regular y pensar en terminar la carrera lo mejor posible. Poco a poco van cayendo los kilómetros y con ellos mi ritmo también. En el km 30 pierdo el tercer puesto de la carrera, no pasa nada, antes de empezar hubiera firmado entrar entre los diez primeros, voy bien todavía y falta mucha carrera. En el km 37, y antes de pegarme con el muro, me dispongo a atacar a la última parte de la carrera. Miro para atrás y nadie me sigue, esto pinta bien, parece que tengo la medalla de chocolate asegurada. En los últimos tres kilómetros aprieto un poco y al final entro en cuarta posición, en 3h 09’ y a menos de 50 segundos del tercero. Estoy muerto, pero una sonrisa invade mi cara, aun falta lo mejor por llegar. Son las siete y media de la mañana y tengo tres horas para ir al buffet del hotel y arramplar con todo. Al día siguiente del maratón fuimos a grabar el Gran Buda Blanco de Phuket bajo un aguacero que no se veía a 50 metros y, después, algo que todo viajero que visita Tailandia tiene que probar: un masaje tailandés. Próxima estación...

 ??  ?? De mercados. En Tailandia abundan los puestos de comida callejera con comida de lo más exótica como en el Mercado del Tren y el flotante.
De mercados. En Tailandia abundan los puestos de comida callejera con comida de lo más exótica como en el Mercado del Tren y el flotante.
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