Ragna y Pere
Una historia de amor y montaña. Es la que te contamos en un reportaje muy especial con dos protagonistas que no necesitan presentación: Pere Aurell y Ragna Debats. Marta Bacardit pasó un fin de semana con ellos en su furgoneta familiar y junto a su pequeña Onna.
Erase una vez un pueblecito de Suiza que tenia una carrera muy importante. Hace ya unos anos se perdieron entre sus montanas una chica y un chico. Ella se llambda Ragna. El nombre de el era pere. Salieron a conrretear por alli. Despues tomaron un pastel de manzan u fueron felices.
Ragna Debats y Pere Aurell. Dos deportistas que no necesitan presentaciones. Por si acaso… Ella, holandesa de nacimiento y afincada en Cataluña. 38 años. Campeona de las Series Mundiales en categoría Ultra. Una de las mejores en lo suyo. Madre de Onna. Él, alpinista de vocación y veterano atleta de la Selección Catalana de Carreras por Montaña. 34 años. Padre de Onna y pareja de Ragna. Los tres forman un triángulo inseparable. Y no es una manera de hablar. Ni siquiera los apretados calendarios de la Copa del Mundo consiguen despegarlos. Son 3 en 1, como el aceite lubricante. Viajan juntos cuando se puede, y se puede siempre porque así lo quieren ambos. Se llama compromiso. Todo empezó en un viaje a Suiza para correr la emblemática prueba de Sierre Zinal, una de las clásicas del skyrunning. La expedición de la selección catalana estaba formada por cuatro atletas. Ragna era una de ellas. Su debut internacional. Pere era otro, mucho más curtido en visitas al extranjero. Apenas se conocían, casi más por lo que el uno leía del otro en Internet que por lo que habían hablado entre ellos. Pero la magia no tardó en aparecer. Aquel viaje a los Alpes les cambió la vida. Qué importa el resultado de la carrera. Los dos ganaron lo más importante que una persona puede ganar: a otra. Ragna lo vio claro desde el principio. Podríamos incluso hablar de flechazo, aunque ella prefiere hacerlo de feeling. Sentimiento. Complicidad. La etiqueta es lo de menos. Algo nació cuando decidieron separarse del grupo –algo nada habitual según nos confiesa– y salir a pasear solos a la montaña. Después entraron en un bar y pidieron un pastel de manzana. Para entonces los dos ya sabían que aquella no iba a ser la única vez que compartirían merienda. Ahora viven juntos en Matadepera, con Onna, una preciosa niña de tres años cuya genética es para no perder de vista. Si bien comparten pasión por la montaña y la competición, no son la típica pareja que aburre a los amigos con interminables tertulias de carreras, desniveles y zapatillas. “A mí la teoría me importa poco. Soy más de correr”, puntualiza Ragna. Es más de correr y de pasar el tiempo libre en la furgoneta familiar con la que viajan a las alturas algún que otro fin de semana. No necesitan más. El plan es el siguiente: desayunan los tres juntos, luego uno de los
dos va a entrenar mientras el otro cuida de Onna, después se intercambian los papeles y, a continuación, almuerzan en familia. “Y, claro, siempre cocina el que entrena en el primer turno”, comenta Ragna entre carcajadas. Por la tarde, actividades varias con su niña. Y es que la vida puede ser maravillosa, como decía Andrés Montes. 2017 fue muy intenso para todos. Se han pasado la mitad del año fuera de casa. Aviones, traslados, carreras, charlas. Un puzzle de 365 días. Estar en la élite del trail no sólo tiene ventajas. Es sacrificado, aunque al final todo merece la pena cuando uno cruza el arco de meta y le esperan las dos personas que más ama en su vida. “Es que lo de viajar juntos lo tenemos como norma, es absolutamente imprescindible. Sólo en ocasiones muy puntuales viaja solo uno y el otro se queda con la niña. Mira, hace poco fui a Nepal a la Manaslu Trail Race, una carrera por etapas donde los accesos a pie eran largos y no podían ir niños. Fui yo sola aunque estábamos invitados los dos. Y la experiencia fue durísima. No es que les echara mucho en falta, es que se me quitaron hasta las ganas de correr. Y tuve problemas estomacales. Un desastre”, confiesa la corredora nacida en Nijmegen. El tono de sus palabras nos confirma que aquellos días no fueron nada fáciles. Antes de que Onna llegara a sus vidas siempre salían a entrenar juntos. Ahora sólo cuando encuentran canguro. Los abuelos. Ragna y Pere corren muchísimo. Y muy rápido. Ella en categoría femenina tiene más nivel que él en la masculina. “Eso dicen”, contesta Ragna sonriendo. Y es cierto, porque los resultados no engañan. “Si compitiéramos entre nosotros me ganaría él, al menos en distancias cortas. Tal vez en una de 100 kilómetros gane yo, jajajaja. Pere es muy explosivo, tiene mucha potencia, y yo no tengo una cualidad que destaque pero soy muy polivalente”, explica. La que puede correr más que los dos en un futuro lejano es Onna. A sus tres añitos ya ha estado a 4.700 metros de altitud, en un viaje a Ecuador que hicieron en familia. Adora la montaña. Y su madre le adora a ella: “Desde que tengo a mi hija siento que soy dos personas”, dice la holandesa. “¿Qué si es más duro ganar un ultra-trail que ser madre? Teniendo en cuenta que un ultra dura un día y ser madre todos los días… jajajaja… ¡Es más fácil correr!”. Se nota que el que pregunta no tiene hijos. Y así transcurre la vida de Pere, Ragna y Onna. En casa o en la furgoneta, que es casi lo mismo. Un cuento que nació tras unas miradas compartiendo un pastel de manzana en Sierre Zinal. Ahora cada vez que se toman uno en cualquier rincón del mundo recuerdan aquella tarde en el cantón de Valais, donde todo empezó.