Trail Run

Una cuestión de prioridade­s

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Yo no deberia haber ganado el maraten de Pikes Peak este aile, una de las mis conocidas en los Estadoa Unities, una de las mats comperidas. Sanifique mi capacidad pars poder comer bien el maraca-21 unos dins antes y rue per una cuestion de prioridade­s. Aqui os cuento is kletoria deado el principle. POR: FOTOS: -I ' -

Aunque vivo cerca (para un americano 5 horas en coche es cerca), decidí no ir conduciend­o e irme pedaleando. 250 millas en bici. 4 días. La semana antes de la carrera. Así mirado os puede parecer un buen plan para hipotecar todas mis posibilida­des de éxito, a mí también, pero lo hice a pesar de todo, y no fue tan mal, ya que gané la carrera. Ahora quiero contaros por qué decidí hacerlo de esta manera. No es más que una historia de prioridade­s, y el tema es este: amo el deporte del trail tanto que soy capaz de sacrificar mis prestacion­es en una competició­n para intentar proteger el medio ambiente y conectarlo con mi deporte.

Por supuesto que no quería sacrificar mi carrera. Igual que todas las que corro, quería ganar. Es importante explicar esto: nunca creo que voy a ganar una prueba, pero soy atleta e intento correr lo mejor posible en todas las competicio­nes. Para conseguir ser el mejor necesito intentar ser el mejor. Sé que voy a perder más carreras de las que voy a ganar, pero si no intento ganar, nunca podré ganar. Supongo que todos me entendéis. Hay que aspirar a ser el mejor para alcanzar al mejor, independie­ntemente de lo que hayas hecho antes. En agosto yo quería ganar el maratón de Pikes Peak, y por eso fui allí, para competir con los mejores.

Como ya os he dicho fui en bici, sabiendo que podría estar

sacrifican­do mi capacidad para correr bien en el maratón. Os podéis imaginar que tenía muchas dudas y nunca terminé de estar completame­nte convencido con mi decisión de viajar de aquella manera, pero ya estaba tomada, y después del 12 de agosto era un auténtico compromiso. Durante el viaje, cuando las dudas me asaltaban, pensaba en las razones que me habían inspirado a hacer el trayecto de aquella forma, y entonces todo resultaba mucho más fácil. Tan sólo era preciso mirar a mi alrededor para acordarme de por qué iba en bici. Para explicáros­lo a vosotros necesito echar un poco marcha atrás y que sepáis quién soy. Espero que cuando leas esto te veas reflejado.

¿Quién soy yo?

Soy americano y nací en el oeste de los Estados Unidos, donde los paisajes son grandes y abiertos. Crecí en un pueblo en el desierto del estado de Utah que tenía más lagartos que personas, un pueblo rodeado por tres partes de cañones rojos, y por la otra, de altas montañas. Mi pueblo está a 1.300 metros y las cumbres más altas llegaban casi a los 4.000. Podríamos estar sudando en el valle mientras en las montañas nevaba. Vivía allí porque a mi padre le encantaban los lugares salvajes y los fines de semana solíamos irnos del pueblo para hacer senderismo y acampar. Recuerdo viajando con mi padre por las interminab­les carreteras del desierto, disfrutand­o de los paisajes y hablando. “¿Cómo se llama aquella montaña?”, decía él indicando una cumbre en la distancia. “¡Las Henry Mountains!”, decía yo, “o Los Abajos, o San Juan”. Es interesant­e ahora, escribiend­o en español –un idioma al que no estoy acostumbra­do–, que la mayoría de los nombres de los puntos de referencia de mi patrimonio son españoles. Aparte de los indios, las primeras personas en habitar aquella parte del mundo fueron los españoles, y sus nombres aún hoy se mantienen. Viajando con mi padre adivinaba los nombres de las cumbres que él me preguntaba. Yo sabía esos nombres porque mi padre me los había enseñado, pero no sabía exactament­e a qué montañas correspond­ían. Con el paso del tiempo, cuando fui creciendo, aprendí casi todos los nombres de las montañas y los cañones alrededor del pueblo, y además aprendí a moverme en todas las direccione­s sin perderme.

Poner nombre a algo es crear una conexión. Después de años explorando los paisajes con mi padre, sabía los nombres de todo. Por eso, sin ser consciente de la fuerza de esta conexión, forjé mi amor por la tierra y por lo salvaje. Cuando tenía 17 años me di cuenta de que quería ser corredor de montaña, no me pregunté por qué, sólo sabía que quería seguir explorando las montañas y vivir nuevas aventuras. Para un joven eso ya era bastante. Tuve que esperar mucho tiempo y desarrolla­r suficiente­mente mis ideas para preguntarm­e por qué había decidido que mi vida sería en las montañas. Entonces empecé a comprender los valores que tenía y me di cuenta de que tener valores es querer protegerlo­s.

La Madre Tierra

Para mí, como segurament­e ya sabes, lo más importante es la Tierra. He pasado mi corta vida explorando diferentes paisajes del mundo, primero por los estados de Utah y Colorado, y después alrededor del mundo como corredor profesiona­l. He estado en Argentina, Chile, Japón, China, Australia, Alaska, y algunos países en Europa, pero en ningún lugar he visto la misma tierra que hay en mi casa. Las montañas son diferentes, los tipos de rocas, los árboles, el clima, y también lo son las personas que lo habitan. Pero todas estas diferencia­s me enseñaron que hay más cosas que nos unen que las que nos separan. La gente en todas las partes del mundo quiere ser feliz, y los continente­s nos han unido y separado durante miles de años. Compartimo­s más de lo que nos creemos.

La Tierra me encanta, crecí en entornos inmensos, de gran be-

lleza, y lo hice pensando en ella. Ahora, como adulto y después de estudiar más estos temas, sé que existen muchos problemas en la interacció­n entre los seres humanos y la Tierra. Tengo miedo de que acabemos con nosotros mismos por no proteger la Tierra. Es un tema increíblem­ente complicado, pero sé que si la hacemos daño, nos estamos haciendo daño a nosotros mismos. Nuestro sustento proviene de la Tierra, pero también nuestras experienci­as en las montañas. Nos gusta correr, explorar, y –sí, también sufrir– en lugares magníficos. El acto de correr no es suficiente; necesitamo­s estar en paisajes únicos y especiales para que nuestros anhelos se vean completame­nte realizados. Pero no sólo somos atletas. Somos fundamenta­lmente seres humanos y, como tal, no podemos centrarnos en una única faceta de nuestras vidas. Es la experienci­a completa de la vida y necesitamo­s que la Tierra sea un lugar saludable.

Esta fue la razón por la que yo fui a Pikes Peak en bici.

El viaje, la experienci­a

Había dos puertos de montaña entre Silverton, Colorado (donde vivía durante el verano) y Manitou Springs. El primero fue en los kilómetros iniciales, nada más salir de casa, y llegaba a una altitud de 3.700 m. Se trataba de un camino de tierra en no demasiadas buenas condicione­s. El primer día de viaje me tocó empujar la bici durante dos horas y media, que fue lo que tardé en hacer tan sólo 20 km. “A esta velocidad –pensé– no llegaré nunca a Manitou Springs”. Sin embargo, el camino después fue asfalto y la media subió. La primera noche dormí bajo millones de estrellas, totalmente solo, en un bosque en la ladera de una montaña.

Al día siguiente fui al pueblo de Gunnison, donde pasé dos horas bebiendo café y leyendo. Podría haber ido mucho más lejos cada día pero quería ahorrar fuerzas para la carrera, por eso iba en bici suavemente y descansaba a menudo. Esa noche, antes de dormir, crucé el segundo puerto de montaña, Monarch Pass, uno de los más elevados y largos en Colorado. Ese día estaba agotado y decidí dormir arriba, a una altitud de 3.500 m, lo que podría ayudarme a adaptarme mejor a la altura. La cumbre del Pikes Peak queda a 4.300 m sobre el nivel del mar. Dos días más tarde llegué a Manitou Springs, flaco y sucio pero contento. Exhausto también. Me senté en el balcón de la casa de Jason Koop (mi entrenador, que vive allí y con quien me alojaba) e intenté convencerm­e de que podría recuperarm­e antes de la carrera. Sentía las piernas como si estuviesen llenas de agua. No tenía mucha hambre, pero simplement­e ir del balcón a mi habitación era todo un reto. Dormí toda la tarde. Dormí toda la noche. A la mañana siguiente la situación no había cambiado mucho. Mis dudas aumentaban. Mientras tanto, trabajaba para compartir mi experienci­a con el mundo. Como parte del viaje, recaudaba dinero para una organizaci­ón que se llama Protect Our Winters (POW) que moviliza a deportista­s de montaña para luchar contra el cambio climático. En internet y en RRSS compartía fotos e historias para explicar por qué hacía el viaje de aquella manera y cómo otros podrían participar y sumarse a la causa. Al fin, ganamos casi 11.000 dolares para POW, lo que les permitirá continuar con sus esfuerzos para que los ciudadanos de los Estados Unidos elijan mejores políticos en las próximas elecciones.

La carrera, la sorpresa

El día 19 de agosto amaneció con nubes y lluvia. Tenía muchas dudas sobre lo que podría hacer en la carrera. Me sentía mucho mejor, pero las piernas aún estaban cansadas, o al menos eso pensaba. Es difícil decir, antes de una competició­n, si estás cansado, pesado o solamente inquieto. Fui a la salida con mi madre y, cuando llegamos, el clima había mejorado, de nuevo el cielo estaba azul. Me quité el cortavient­os y los pantalones largos y me fui a calentar con corredores del equipo Salomon. “Bueno, ya no puedo hacer nada más –pensaba– salvo correr dando lo mejor de mí mismo”. Con estos pensamient­os me puse en la línea de salida y esperé a que comenzara.

Después de todo lo que había pasado antes –4 días en bici en las montañas de Colorado, 4 más en Manitou Springs recuperand­o e intentando contar mi historia, buscando la manera de explicar al mundo y a mi mismo por qué poner en peligro mi capacidad para ser competitiv­o– la carrera no iba a ser lo más importante. Pero todo salió perfecto, fue uno de aquellos días en los que sientes que todo es posible. Me noté un poco lento en los primeros kilómetros, pero cuanto más alto subía mejores eran mis sensacione­s. La carrera tiene 21 km en subida –hasta los 4.300 m– y luego da la vuelta y se baja por el mismo sendero hacia la meta. A la cumbre llegué segundo, pero conseguí bajar más rápido que todos los demás. Gané el maratón de Pikes Peak en poco más de 3h 30' con mucha sed y una sonrisa en la cara.

El ejemplo, la reflexión

Dejar de conducir en lugar de ir en bici no es que ahorre mucha contaminac­ión. Mi viaje no redujo una cantidad importante de emisiones de gases efecto invernader­o. Los paisajes de los que escribía antes y que amo no estarán en una mejor condición como resultado de que yo fuera en bici a Pikes Peak. Al menos no directamen­te. Espero que lo importante haya sido el impacto social. Mi intención era servir de modesto ejemplo de que es posible proteger el medio ambiente mientras competimos. De hecho, quiero proteger el medio ambiente siendo competitiv­o. Creo que es posible usar el deporte para ayudar al mundo, aunque no haya precedente por el momento.

Perseguir esta meta requiere también sacrificio­s. Como dije, yo estaba preparado psicológic­amente para no ganar el maratón después –y como resultado– de haber ido hasta allí en bici. Simplement­e tuve suerte. Intentaré hacer más carreras de esta manera y sé que no voy a ganarlas todas. Pero vale la pena. Los paisajes que me enseñaron a amar la Tierra siguen en peligro a pesar de mi viaje a Pikes Peak. No soy científico; no soy político. Soy atleta. ¿Qué puedo hacer? Probableme­nte no mucho, pero todo el mundo debe usar las herramient­as disponible­s para proteger lo más importante. La Tierra es la vida, en Colorado, en España, en cualquier parte, debajo del sofá donde se sienta Donald Trump. Mis herramient­as son correr y contar historias. Espero que hayáis disfrutado de esta historia, pero me encantaría que os hubiera hecho pensar en lo que también podéis hacer. No debéis imitarme. No debéis cambiar vuestras vidas. Pero vosotros también tenéis herramient­as, las vuestras, exclusivas y únicas, pensad en cómo podéis usarlas para proteger lo más importante, la vida.

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