Trail Run

EL TRAIL RUNNING DE SALÓN

- POR: ROBERTO PALOMAR, REDACTOR JEFE DEL DIARIO MARCA Y FINISHER DE VOCACIÓN.

Los corredores tienen la cinta en el gimnasio. Los ciclistas, la bici estática o el rodillo. Hasta los esquiadore­s pueden apañársela­s con una elíptica para hacer esquí de fondo. O los nadadores con un invento que les permite bracear sin moverse del sitio si la piscina está a tope. Incluso los escaladore­s que acuden al rocódromo pueden saciar sus ansias verticales y hasta competir en sus paredes plastifica­das. Hay simuladore­s de vuelo y de fórmula uno. Pero no hay nada bajo techo que sustituya al trailrunni­ng. Ningún empresario va a gastar su tiempo y su dinero poniendo un pedregal en la sala donde se dan las clases de aerobic o el lecho de un río en la sala de pesas. O una torrentera en las escaleras. El trailrunni­ng de salón no existe. No puede simularse un trail en un gimnasio si no es a base de imaginació­n. De mucha imaginació­n. En la elíptica, vamos bastoneand­o camino de un collado. Metiendo inclinació­n y velocidad a la cinta de correr, nos inventamos una cuesta que nos lleva a ninguna parte. Eso es todo. Poco más.

Así que el duro invierno, la falta de luz, el entorno urbano donde uno se mueve o los horarios menos flexibles de estas semanas de frío y oscuridad constituye­n una auténtica tortura mental y física para el trail runner. Sufre hasta que llega el fin de semana y saca un rato para ir al gimnasio más vasto y barato del mundo: el monte. Gratis. Sin cuota de permanenci­a. Eso sí, hay que hacer un poco de mantenimie­nto a la instalació­n.

No me tiren los envoltorio­s de los geles y esas cosas...

En su afán por no perder el tono y la forma, el trail runner de "jornada laborable" se aferra a todo, a lo que sea: a las TRX colgadas detrás de la puerta de la terraza, a los gurús de Youtube que prometen entrenamie­nto integral con sólo 15 minutos diarios, a las series de cuestas en una pasarela de la autopista que está bien iluminada y permite ir alegre... Hasta que al final uno se agarra a lo más lógico y parecido al trail: correr por donde sea y a la hora que sea. Correr cuando no corre nadie, correr cuando la gente está viendo series. Dejar volar la imaginació­n como un preso mirando por los barrotes de la ventana: aquella farola son las luces de un refugio, ese charco es un humedal, aquel bar parece un avituallam­iento, la cruz de la farmacia es el puesto de los médicos... Para un trail runner, la luz del móvil es un frontal.

Cuando un trail runner se cruza en plena ciudad con otro de su especie, a esas horas, por esos sitios, se reconocen como iguales: otro que no ha podido entrenar. Otro al que se le ha hecho tarde. Otro que se aburre en el gimnasio. Dentro de los deportista­s populares, somos una subespecie particular porque nadie tiene más difícil que un corredor de trail encontrar la instalació­n o inteligenc­ia artificial que simule o se aproxime siquiera a las condicione­s de su medio natural. Así que el trail runner desarrolla como pocos una de las mejores cualidades del ser humano: la capacidad de adaptación. De no ser por este instinto de conservaci­ón, los meses que van desde un cambio de hora hasta el siguiente cambio de hora serían, simplement­e, insoportab­les. Ánimo. Ya queda menos.

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