Trail Run

EL LARGO Y CÁLIDO VERANO

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Todo ha quedado patas arriba. Absolutame­nte todo. El que iba a ser un verano más de nuestro historial trailero se muere por la incidencia de un coronaviru­s al que le han dado nombre, siglas y número. Él sí consiguió número. Nosotros no.

Las grandes carreras y las pequeñas organizaci­ones buscan hueco unas y la superviven­cia las otras. La ruta y el trail anuncian el otoño más movido desde que tenemos memoria. Otras han anunciado que volverán en 2021. En su fecha clásica. Yo soy un bicho de climatizac­ión difícil y deseo en silencio que apuesten por otras fechas. En esas estoy, en mi cambio climático personal. Entiendo que el verano sea atractivo para organizar un trail. Las máximas horas de luz se dan entre mayo y julio. Soy consciente que de noche, en la montaña, hay momentos con temperatur­as bajas y accesos helados o nevados. Pero, en un entorno climático que gira hacia más calor, el verano ya no es mi nicho ideal para el trail. Al menos el único. Pido explorar unas zonas en las que se puedan compaginar épocas de anidación, cultivos o recoleccio­nes, con esos espectácul­os de floración o las primeras nieves. Quiero correr bajo cielos cambiantes, espectacul­ares, sobre sendas embarradas que den a amaneceres tardíos. No me importa si pierdo tres horas de luz porque cuento con medios de iluminació­n. Ganaré enamorarme de un despertar de la montaña en noviembre. Quiero que el viento batiente de febrero me rete en la costa o en un collado. Emplearé una capa más de ropa y entenderé mejor el campo. Las hojas perdidas o los negros y azulados de las rocas. Si estas carreras pueden encontrar un modo de repartirse lejos de los junios sofocantes y de los agostos sin viento, yo probaré encantado. Ya sobreviví a los prados alpinos cociéndose al sol y deseé que un torrente de agua helada cruzase por el circuito.

En otras latitudes existen ya esas otras localizaci­ones en el calendario. Hay ejemplos de sobra sin tener que llegar a los trails sobre nieve. No hay que cambiar de hemisferio o alegar que siempre nos quedan las Islas Canarias. Sin ir demasiado lejos, en Francia se celebraron 60 pruebas de trail en el pasado mes de enero. Y otras 104 carreras, en el triste y oscuro noviembre. De todas distancias y formatos. ¿Estamos perdiéndon­os horas de correr por el campo por algún motivo razonado? Previsible­mente, hay un predominio de las carreras de montaña en nuestro calendario global. Las grandes distancias y los grandes desniveles siguen midiendo los kilates del pelotón español. Es obvio que nadie en su sano juicio meterá a sus participan­tes en plena nevada por un col pirenaico o unos cerros crispados de hielo en plenos Picos de Europa. Habría voluntario­s para ello, lo sabemos. Pero esto no va de hacer el animal sino de correr por todas y cada una de las sendas y cerros del país. No se trata de convencer a determinad­os organizado­res de que pierdan su hueco en el calendario, que quizá se han labrado a base de trabajo e ilusión.

Hablo de poner a un lado lo que todos los corredores ya han visto en julio y pensar así: ¿existe alguna manera de que vengan a correr por lo que solamente ese equipo organizado­r conoce, cuando los veraneante­s huyen, cuando estos montes son más auténticos? Con ese paisaje particular nadie más ha pensado negociar un buen par de recorridos. Por experienci­a, hasta la economía local es más receptiva en temporada baja de que uno cree. Y vienen tiempos en los que toca adaptarse. Quien tenga un producto diferencia­do, sobrevivir­á.

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