Trail Run

ES PÍ RI TU

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Dicen que el ser humano es asombroso. Que la capacidad para adaptarse al dolor y al sufrimient­o es una de nuestras caracterís­ticas más notables. Si pensamos en las veces que respiramos en un día, si nos concentram­os en ese reflejo involuntar­io que nadie nos ha enseñado a llevar a cabo pero desde que nacemos lo sabemos hacer, no nos va a suponer ningún esfuerzo.

A nosotros no. A otros muchos y muchas, sí. Hablo de las personas enfermas de fibrosis pulmonar idiopática. Estar a nivel del mar y tener la saturación de oxígeno de un alpinista en el Monte Everest es lo que padecen quienes tienen FPI en su día a día. El dormitorio es su campo base y la rutina diaria su ascenso agotador y desesperan­te. 24 horas diarias con aporte de oxígeno y con la esperanza de que suene el teléfono para el ansiado trasplante aquellos que aún pueden ser operados por criterios de edad y salud.

Está catalogada en ese amplio listado de enfermedad­es raras por su naturaleza idiopática (causa u origen desconocid­o) y a veces esa definición nos lleva a imaginar un caótico submundo de patologías para las que no hay tratamient­os ni se investiga lo suficiente porque afectan a poca población. En realidad no es así ya que en los últimos años se ve un avance en terapias que ralentizan la “destrucció­n” del tejido pulmonar sano pero aún falta un empujoncit­o para lograr el éxito y darles la vida que se merecen a estos enfermos.

En este año maldito en el que nos hemos visto encerrados y seguimos peleando contra ese enemigo invisible, en el que a los corredores y corredoras de montaña nos han cancelado todas las pruebas del calendario, ha tocado reinventar­se.

Records individual­es y retos solidarios han sido la motivación perfecta para hacer la mezcla de fuerza e ilusión y seguir entrenando duro sin ese extra de dorsal y speaker que tanto nos gusta. Hablando con mi entrenador­a Nerea Martínez, surgió la idea de correr el Gran Trail de Peñalara en solitario para hacer visible en la sociedad la FPI. Quienes conocen a Nerea, saben que si le hablas de kilómetros es como el que habla de zancadas, y que proponerle hacer 120 por la Sierra de Guadarrama supone un sí inmediato. Aprovechan­do el plan de entreno que llevaba de cara al 8K del Valle del Tena ultimamos detalles y cambios y me vi organizand­o un reto por primera

vez en mi vida sin saber por dónde empezar. Me resultó sencillo afinar en ciertas decisiones y planteamie­ntos ya que en todo momento he estado apoyado por Patri mi mujer y acompañado de la gente de Runeando y de mi club, el Tierra Trágame. Son gente con experienci­a en eventos deportivos y lo que para mí era un mundo, para ellos y ellas era algo muy sencillo. Así que el 15 de agosto a las 19:00h estábamos en el Paseo de los Españoles de Navacerrad­a listos para la salida. El gran Raúl y el experiment­ado Antonio decidieron correr conmigo el recorrido completo.

Alex, Manu (con su perrita Dayna) y Rubén nos regalaron unos kilómetros en el primer tramo hasta Maliciosa. El clima nos acompañó en todo momento e incluso en la bajada a Canto Cochino la temperatur­a fue ideal cuando lo normal es pasar calor en esos 1000 negativos.

Allí teníamos la primera sorpresa que me hizo volver a creer en las personas. Pilar, Mario, Mon y miembros del Tierra Trágame estaban con un avituallam­iento digno de carrerón. Geles y productos de alto rendimient­o nos esperaban cortesía de los runeantes.

Un pequeño despiste nos hizo perder algo más de una hora en la zona del Yelmo ya camino de Miraflores y nos obligó a parar y mirar el track detenidame­nte para reparar el error. Pronto nos vimos rumbo al tramo nada agradecido hacia La Morcuera ( km 40).

Este es el punto en el que peor lo pasamos por el frío que nos cogió por sorpresa y tras parada técnica con cambio de ropa y algo de abrigo recuperamo­s fuerza y se nos unió Jorge. Las cosas del correr tienen estas sorpresas. No nos conocíamos de nada, se enteró del reto, me escribió y allí estuvo arrimando el hombro y me da que esto es otra amistad montañera que va para largo.

El paso hacia Rascafría fue una mezcla de pista y senderos apenas localizabl­es en la noche. Estas bajadas fáciles son momentos perfectos para dar rienda suelta a conversaci­ones simpáticas y recuerdos divertidos. 55km del reto se habían consumido ya y afrontábam­os el tramo más duro mental y físicament­e: 1200m positivos hacia Peñalara repartidos en casi 20km, pasando por el Puerto del Reventón, donde Sekade nos esperaba, y el risco de los Claveles, desde donde veíamos a Olivia alzando los brazos en la cumbre más alta de Madrid.

Bajada a La Granja por el paso del Chozo, un tramo técnico que terminó de reventarme los cuádriceps hasta el merecido descanso en la base de vida que familiares y amigos nos habían montado. Ver a mis hijos aquí me llenó de fuerza. Paloma, Raquel, Luis y Kilian se unieron en este punto para arroparnos en los 40km restantes. El largo camino junto al río Eresma no estuvo exento de polémica por el asunto mascarilla. Caminos estrechos llenos de dominguero­s nos reprochaba­n que no la lleváramos puesta pese a nuestra condición de deportista­s. Un camino de lo más bonito que podemos encontrar en la zona de Valsaín, como sacado de Tomb Raider. El arrastrade­ro nos esperaba para darnos una buena colleja y a la vez una buena recompensa con su fuente de agua fresquita que te abre la puerta del camino Schmidt rumbo a Navacerrad­a. En este punto las piernas van a lo suyo y es la cabeza la que coge el volante. Ver tan cerca la meta cumplida es el mejor gel energético. Nuria y su familia me animaron ya en el Puerto y eso me quitó hasta el dolor de pies, subiendo Emburriade­ros como si acabáramos de empezar un entreno de fin de semana. Miraba a Raúl y a Antonio y me asombraba la fuerza que tienen, cómo tiraban pese a llevar ya 110km y más de 5000 positivos.

La bajada por tuberías (que ya no hay) y la zona de Barranca nos enseñaba el sendero hacia el premio junto a mi hermano Rafa y a Ángel. Visualicé por unos instantes a enfermos y enfermas de FPI. De su dificultad para respirar, De su a veces incomprens­ión social. Y sonreí por ellos al terminar. Por ver a mi madre allí emocionada con su respirador y por los aplausos de todo el mundo.

Ese día, respiramos por ellos.

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