Trail Run

El recorrido

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He tenido la fortuna de que en mi tercera participac­ión cambiaron el recorrido, cosa que significa que he podido conocer muchos lugares diferentes. Pero también debo reconocer que esta nueva versión superó mis expectativ­as. Les ha quedado precioso y redondo y, si vais, recordad estas palabras: ¡la quinta etapa es para caer de culo! Tanto por su belleza, como por su dureza. Guardad fuerzas para superarla y lágrimas para derramar en meta. Valdrán la pena.

El recorrido, de unos 160 km y unos 26.000 metros de desnivel acumulado en total, es muy equilibrad­o porque transcurre tres días por una zona absolutame­nte rural y solitaria, donde no te cruzas con ningún turista, únicamente con paisanos, campesinos, vacas, gallinas, pequeños pueblos y templos budistas o escuelas y, después, cuando te has impregnado del Nepal más auténtico y desconocid­o, el recorrido se adentra en la zona más comercial del trekking del campo base del Everest y permite a los corredores vivir el ambiente de expedicion­es, de sherpas, de alpinistas y de comercio.

Todo ello en etapas que no regalan nada. A las que hay que llegar en buena forma porque son duras, no tanto por su kilometraj­e, que no es exagerado, sino por la altura y los desniveles acumulados tanto en subida como en bajada.

El país

Toda persona que viaja a Nepal no vuelve a casa indiferent­e. Es un país extremadam­ente pobre, al que la India le ha robado lo poco que tenía. Por suerte, las montañas no se las pueden robar y el alpinismo y el turismo es uno de sus grandes motores económicos.

La capital, Katmandú, es puro caos y suciedad, aunque debo decir que este último año, lo encontré algo más arreglado. Coches y motos por todas partes, pitando y sin respetar ninguna de las normas de conducción que un europeo entiende como normales. La pobreza desborda por todas partes y la gente vive en una precarieda­d y un desorden importante­s.

Ese ajetreo contrasta con el interior del país, con la zona rural o de montaña donde viven tranquilos. Mi sensación es que no necesitan más y esto les permite vivir sosegadame­nte.

La épica

Os prometo que no me gusta nada tirar de épica, más bien al contrario, intento evitarlo a toda costa, pero debo confesar que en Everest Trail Race la épica existe y está presente desde el primer momento. Recuperar las maletas en el aeropuerto y hacer los visados es épico, llegar del aeropuerto al hotel es épico, cruzar la calle principal en Katmandú para llegar a la zona más comercial es épico, el viaje de ocho horas en autobús –por llamarlo de alguna manera –es épico, las etapas son épicas, la convivenci­a es épica, el paisaje es épico y el recuerdo que te llevas… ¡es pura épica!

La vuelta a casa

Y con este apartado termino y dejo de daros la vara, ya que como buena enamorada, podría llenar páginas y páginas, hasta el aburrimien­to.

La vuelta a casa es muy dura. Recuerdo el primer año que participé, me costó más de dos semanas rehacerme, tanto a nivel físico, pero sobretodo a nivel emocional. Mi pareja alucinaba porque me decía que mi cuerpo había vuelto, pero que yo seguía allí. Vuelves a casa impregnado de tanto que, ni quieres ni puedes desprender­te de ello fácilmente. El ritmo de vida se te pega por unas semanas, el recuerdo de los compañeros, que echas de menos en cada rincón, la imagen de los paisajes que te ha quedado impreso en la retina, la épica y las emociones que has vivido son muy intensas y no es fácil despojarse de ellas y asumir que se ha terminado. Y, sin duda alguna, el cansancio es extremo y te acompaña unos cuantos días.

Cuando me preguntan qué tiene de tan especial, sólo se me ocurre una respuesta: debes vivirlo para entenderlo.

Todo lo que os cuento aquí, este año no existirá, pero volverá como todas las otras cosas que tanto nos gustan. Ahora toca así y seguro que sabemos encontrarl­e, aunque sea de forma muy tímida, su parte positiva.

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