Falta Mucho
Con los organizadores de las pruebas de trail running pasa lo mismo que con el camarero del bar de la esquina o con ese empresario, normalmente autónomo, que lucha por mantener en pie su negocio. Dan ganas de ir a abrazarle, darle las gracias y consumir su producto, un café o una buena carrera por el monte. Ahora que el calendario ha menguado hasta casi desaparecer, que seguimos viendo un futuro incierto para esta temporada, nos damos cuenta del enorme esfuerzo que supone balizar un recorrido, levantar un arco de meta, formalizar inscripciones... en fin todo lo que conlleva organizar un evento como una carrera de montaña. En muchos casos, por pura pasión, sacando lo comido por lo servido, trabajando para el año siguiente en el mismo momento en que el último corredor cruza la línea. En otras carreras, evidentemente, con ánimo de lucro. Hay algunas pruebas que son un artículo de lujo y que valen lo que se paga en el momento de conseguir el dorsal. El recorrido, el trato, los avituallamientos, la seguridad, la singularidad de la carrera, poder decir que has participado en una prueba de prestigio... Todo eso se paga. Ante la falta de carreras muchos han optado -hemos optado- por inventarlas. Del popular al corredor de élite. Estamos viendo cómo muchos de los grandes corredores buscan desafíos y visibilidad en forma de retos porque, como los negocios, tienen que permanecer "abiertos". Hay patrocinadores y seguidores a los que alimentar, dicho sea con la mejor intención. Así, surgen desafíos como batir el récord de la subida al Teide, con Pau Capell y Manuel Merillas, unir islas a pie y en ferry, como Luca Papi, colgar entrenamientos asombrosos, como esos ochenta y pico kilómetros de Tofol Castanyer o la inquietud de Kilian Jornet que le ha llevado a un 10k en ruta e incluso a probar las 24 horas en pista. Se trata de suplir la competición y cumplir el calendario con otras cosas, aunque eso conlleve dejar la especialización de una disciplina como el trail y buscar nuevos objetivos. Está muy bien poder entrenar y hacerlo en un medio relativamente seguro como la montaña, donde el espacio abierto y la soledad garantizan una burbuja contra el bicho, pero los atletas necesitan saber cómo se encuentran. A esos niveles, todo el mundo lleva un competidor dentro, necesitan el veneno del crono. Para muchos, la competición es el fin último, el gran objetivo. En el escalón inferior, donde estamos el resto de los mortales, probablemente no es tan acusado, pero también necesitamos alicientes. Así que repetimos circuitos con la intención de mejorar el último tiempo o, simplemente, calcamos el recorrido de una prueba conocida, si la tenemos a mano, sólo por el placer de seguir corriendo en tiempos de pandemia y por mostrar una cierta rebeldía ante el hecho de tener que dejar de hacer lo que siempre hemos hecho. "No nos pararán..." Este humilde periodista se plantará en el Bernabéu el 31 de diciembre y correrá hasta Vallecas tal y como ha venido sucediendo en los últimos 20 años de San Silvestre Vallecana. Faltarán unas cuarenta mil personas. No habrá carrera tal y como la conocemos. Pero habrá que inventársela. Y no, no habrá récord personal. Demasiados semáforos.