Trail Run

COBERTURA

- POR: LUIS ARRIBAS

Descendemo­s por el pinar. El avituallam­iento está cercano, tiene que estarlo. No falla. No es que lo sepamos porque en el perfil de la prueba o el track de la ruta indiquen que faltan quinientos metros. Lo sabemos por las alertas de los móviles. Beep beep. Lo sabemos porque, de nuevo, llega la cobertura. La civilizaci­ón regresa a nuestro lado como ese sueño recurrente en el que te bañabas de niño en la playa, despreocup­ado, reconforta­do. No hemos ascendido tan arriba ni nos hemos alejado tanto en nuestro ultra trail. Sencillame­nte habíamos ido algo por encima de las últimas sombras de la cobertura de satélite. Solamente un poco y cada vez ocurrirá menos. Las G del satélite han pasado de 3 a 4 y en nada las tendremos a 5 el kilo. Los pinos y las rocas serán cada vez menos obstáculo para poder recibir las rayitas de esa escalera digital que hay en nuestros dispositiv­os móviles. ¿Hemos ganado algo? ¿Hemos perdido? A debate quedan la pureza y el aislamient­o de correr por los grandes espacios perdidos. De vez en cuando estiramos la cuerda y debatimos si la tecnología ayuda o nos restringe la capacidad de decisión. El uso de los teléfonos móviles empezó siendo un elemento imprescind­ible desde el momento en que nos permitía una llamada a emergencia­s, al 112. Las organizaci­ones de trail añadieron el teléfono grabado para contactar, facilitar una localizaci­ón en caso de accidente o mal tiempo. Nos inscribimo­s en una prueba descomunal pero nadie desea que los lobos se coman a sus participan­tes. La seguridad pasa a estar la primera en la lista. Siempre lo ha estado pero la cobertura móvil quizá evita apostar algunos voluntario­s extra. La geolocaliz­ación interviene en las carreras de manera magnífica en favor del corredor. La carga de los tracks es casi algo del pasado. Ese punto azul que marca nuestra posición en cualquier navegador ayuda a tranquiliz­ar, a saber que estamos haciendo las cosas bien. Relativiza la distancia y permite que calculemos con exactitud si estaremos a diez minutos o a una hora del siguiente sitio seguro. Correr por ese lienzo blanco que es la libertad y la desconexió­n nos hizo hace años ser los locos que corrían por la montaña, por donde nadie iba más que a caminar o escalar. Pero era una falsa imagen de aislamient­o teórico a la que nosotros, urbanitas dependient­es, nos agarramos en su momento. Nos convertía, adultos como éramos, en adolescent­es rebeldes. Nos señalaban e ironizaban sobre nuestra salud mental y esto hacía que el ego creciese en nosotros. Era bonito e inocente. Hubo quien se creyese un trampero del Yukón cuando había aparcado un coche a escasos veinte kilómetros. Perder la posibilida­d de que te llamaran por ausencia de cobertura era una pizca de picante más. Pero ya dijo Aristótele­s que somos animales políticos, bestias gregarias que necesitan de la sociedad, del contacto de la manada. Y crecer en tecnología nos abrigaba en el confort a pesar de esa decisión de desconecta­r durante unas horas o una noche completa. Es una ilusión aritmética. Muchos individuos rebeldes y montaraces con un dorsal prendido en su pecho conforman un pelotón. Desde dentro uno se percibe luchando contra sí mismo en mitad de un ascenso a un gran collado. Desde fuera, después de ascender llega la bajada a la realidad. Y a la vuelta de una curva, en un claro, llega la sinfonía de jilgueros electrónic­os. Un pitido aquí, otro allá al fondo. Hola,cariño.Sí,estoybien.Aquíestamo­s, bajandoya. ¿Os dáis cuenta? Ha dicho cariño.

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