¿Qué es el éxito?
UN TÉRMINO AMBIGUO CARGADO DE PRIORIDADES PERSONALES
El éxito en la vida tiene muchas formas: para algunos será tener dinero, para otros triunfar en el ámbito laboral, tener una familia, una casa grande con jardín, terminar unos estudios, poder dar la vuelta al Mundo… El éxito es un término ambiguo cargado de prioridades personales y, por consiguiente, el fracaso también. Está estudiado y probado científicamente que cuando sentimos que alcanzamos el éxito, nuestro cuerpo y sobretodo nuestro sistema nervioso, genera una serie de cambios, transformaciones y explosiones hormonales que nos hacen sentir muy bien e incluso dejamos de sentir dolor, de sufrir o somos capaces de recuperarnos más rápidamente de un gran esfuerzo tras haber experimentado el éxito… Aunque el éxito y el fracaso son unos estados que conciernen en todos los aspectos de nuestras vidas en mayor o menor medida, en el deporte parece que sea en uno de los campos donde tienen más peso: ganar o perder; marcar un gol o encajarlo; batir un récord o una marca personal; caerse; desfallecer... Y, evidentemente, nuestro deporte no queda fuera de ello. Lo que tienen de bueno tanto el éxito como el fracaso es que cada persona genera sus convenientes expectativas en torno a su propio valor del éxito y varía dependiendo de la situación personal, de tal modo que no únicamente aquellos deportistas que aspiran a las medallas, a ganar ligas, torneos o competiciones de todas clases, son los que pueden concebir o palpar estos estados. Para algunos, tener éxito en el deporte será ganar estas competiciones: las más importantes, las más reconocidas, las más relevantes. Para otros, alcanzar el éxito será mejorar sus propios tiempos de un año al otro; ganar a sus eternos rivales o a sus colegas o compañeros de entrenamiento. Habrá quien logre el éxito terminando una competición que hace tiempo que prepara; algunos lo conseguirán finalizando una prueba de 10 km y otros una de 100 millas. Otros sentirán el éxito, y con ello un enorme orgullo, cuando consigan adquirir el hábito de entrenar y poderse plantear colgarse un dorsal, otros no necesitarán la presión del crono pero sí enlazar rutas de alta tecnicidad o de muchos kilómetros o de grandes desniveles. Algunos únicamente necesitarán poder gozar de un fin de semana rodeado del ambiente de la competición; otros completar una carrera con su primogénito o con la pareja o, actualmente, poder hacer la foto clave, en el lugar preciso para conseguir sumar muchos “likes” en las redes sociales… Cada uno, a nuestra manera, estamos determinados por unas prioridades que nos marcan las expectativas que tenemos para alcanzar y saborear el éxito. Y, seguramente, estas evolucionan a lo largo de nuestras vidas tanto personales como deportivas. Juzgar este éxito no es lícito siempre que cada cual sea responsable de sus propios actos para alcanzarlo y que para ello no se dañe a terceros de forma voluntaria ni involuntaria; ya que la búsqueda de éxito es absolutamente válida, incluso necesaria para seguir mejorando, pero debe ir directamente relacionada con la responsabilidad personal y social. No podemos dejar que nadie subestime lo que para nosotros es el éxito en cada momento. Tras un periodo de lesión, por ejemplo, muchas veces sentimos éxito por el mero hecho de poder estar en la salida de una carrera, sin importar el resultado que, en otras ocasiones sería el que determinaría si alcanzamos o no este estado. Pero el éxito nunca juega solo la partida, siempre va acompañado de su gran antónimo y rival: el fracaso que, muy a pesar nuestro, a menudo nos toca cargar con él y no por ello debemos hundirnos, sino que vale la pena entenderlo como parte del proceso, de la mejora y de la propia evolución.