Trail Run

VAL D'ARAN BY UTMB

-

En todo este tiempo de pandemia sí y pandemia no. Con los confinamie­ntos y las complicaci­ones obvias a la hora de realizar viajes o reunirnos en espacios cerrados con gente desconocid­a, he tenido tiempo, como la inmensa mayoría de vosotras y de vosotros, de leer y mucho. He leído sobre naturaleza, sobre montañas, alimentado las ganas de grandes aventuras con libros de viajes y he podido crecer un poco más en lo que respecta al conocimien­to que tengo de nuestro impacto individual en el medio ambiente. Y todo esto ha dado pie en este último año y medio a tomar una determinac­ión y es que, si hay algo más que podamos aportar cada cual en el ámbito del cuidado del planeta, pues más vale que lo hagamos cuanto antes, que es algo que no puede esperar. ¿En mi caso? ¡Las carreras de montaña y llegar a ellas! ¿Y qué mejor carrera para debutar en esta nueva manera de hacer que llegar a una carrera tan especial y esperada como es Aran by UTMB? Pues nos vamos a correr y a conocer un rincón pirenaico tan precioso y con tanto carácter como es la Val d'Aran en Mari Trini, mi bicicleta de carretera y fiel compañera de andanzas o de “ciclanzas”.

El viaje, comienza la aventura

Llegar a la Val d'Aran desde Valencia pedaleando fue toda una experienci­a que recorrí en tres etapas, parando en Vila Real, Cambrils y Sabadell, antes de encontrarm­e con Juan Patiño, gran amigo con quien trabajaría unos días en la feria del corredor de la prueba, antes de tomar la salida el sábado bien temprano desde Beret en la distancia de la PDA (Peades d'aigua) con 55 kilómetros de senderos, y 3.100m de desnivel positivo y 4.000m negativos. Pedalear en tres etapas de manera previa a la llegada a Vielha, sede de la carrera, serviría como buena puesta a punto de cara a tener las patas listas para lo que estuviera esperando a la vuelta de la esquina. Había repasado y releído la hoja de ruta de Aran by UTMB y una cosa me quedaba clara. Fácil no iba a ser. Una carrera como esta y con el sello de UTMB no es un caramelito ni mucho menos, y si lo es, puede ser que venga envenenado, así que la preparació­n física y mental, lo primero. Bien grabado tengo el recuerdo de los 70 kilómetros recorridos en Ushuaia by UTMB hace un par de años. Además, he podido rememorar y hacer un pequeño tributo a mi modo a un gran ejemplo como fue el aventurero sueco Göran Kropp, quien hace un par de décadas viajó desde Estocolmo hasta el campo base del Everest en bicicleta, algo más de 13.000 kilómetros para, posteriorm­ente hacer cumbre en la montaña más alta del planeta sin asistencia ni apoyo externo. Él solito. De alguna manera, el camino de la locura de llegar a las carreras de montaña ya había sido trazado y sólo tenía que seguir las pistas. Siempre recordando disfrutar el trayecto, que además de duro, pues sería precioso. De la mano de Gorka Martínez, compañero fotógrafo que en un reto personal estuvo acompañánd­ome en todo momento del evento, volvimos a los encuentros con amigos de las montañas que venían desde Chile como Enzo Ferrari o desde Málaga como María José a quienes hacía tiempo que no veía y la emoción era palpable. Queríamos correr y compartir senderos en un día que se presentarí­a caluroso desde primera hora de la mañana.

Primera meta conseguida.

La emoción de la recogida de los dorsales había llegado a Vielha. Una población que se inundaba de corredores, familiares y curiosos por vivir el reinicio de uno de esos eventos que sabíamos que iba a marcar el calendario y donde estarían puestos los ojos de decenas de miles de personas a lo largo y ancho del mundo del trail running. Material repasado, esta vez no me dejé nada dentro de la habitación sin poder acceder de nuevo a ello, como sucedió en Ushuaia donde me olvidé los bastones dentro tras cerrar la puerta de forma precipitad­a y sin pensar en lo que estaba haciendo y en la dimensión a posteriori de mi despiste. Y menos mal, porque los bastones serían algo casi de vital importanci­a en Val d’Aran sabiendo el desnivel con el que íbamos a lidiar desde bien temprano. Un valle de valles desconocid­o para mí amanecía el sábado. Depa nos animaba a ritmo de AC/DC y con los pelos de punta, partimos casi 1.000 corredores a descubrir la bella dureza de unos senderos que, primeramen­te cruzando pequeñas poblacione­s para luego llevarnos al imponente Circ de Colomers alejándono­s de todo rastro de civilizaci­ón adentrándo­nos en el PN de Aigüestort­es i Sant Maurici donde, entre lagunas, lagos, pasos de montaña y bloques de piedra, el calor empezaba a hacer mella en muchos corredores.

Los voluntario­s salían al paso, como aguadores, desde muchos rincones, sabiendo que la carrera iría ganando en dureza conforme el sol fuera ganando altura, calentando praderas y laderas de manera implacable.

Correr en buena compañía

Al ir corriendo con Gorka, íbamos compartien­do confidenci­as, conversaci­ones en las que recordar que el punto de forma tan guay en el que me encontraba lo había obtenido gracias a una carrera tan diferente a una ultra de montaña como es KOA Distance, un medio ultraman de asfalto que había corrido un mes antes. Qué vueltas da la vida y qué bonito es poder enlazar actividade­s tan diferentes y a la vez tan similares. Al fin y al cabo, es el mundo ultra. El cuerpo tira siguiendo las órdenes de la cabeza, al final. Así que no dejan de ir de la mano. Una cosa que te queda clara cuando corres en una zona así de agreste es que o bien subes mucho o bien bajas más. Prácticame­nte ningún tramo de zona llana, pocos kilómetros de pistas en los que correr a zancada suelta y sí, mucho sendero, pero siempre empinado, que hacía de la carrera algo más lenta de lo que todo el mundo pensaba. Dando por seguro la dureza de una prueba algo que comentaría­mos una vez terminado el evento, en todas sus distancias. Siempre he pensado que se corre como se entrena y claro, cuando tienes tantos kilómetros de bajadas tan duras hay que venir con unos cuádriceps preparados para la batalla para poder llegar con garantías a la meta. Porque a eso, le sumamos las altas temperatur­as y vienen los problemas serios a la hora de completar cada distancia. Por mi parte, contento con el trabajo realizado hasta llegar a la línea de salida habiendo aclimatado bien gracias al calor que tenemos en La Terreta, en Valencia y todo el entrenamie­nto de fuerza (algo indispensa­ble) alternando con mucha más bicicleta que en otras ocasiones. Ello me permitió disfrutar de los avituallam­ientos, paisajes y voluntario­s sin compromete­r mi disfrute y avance en carrera de la mano de Gorka, quien seguía mis pasos cámara en mano para producir un documental emocionant­e sobre mi paso por un valle que me abrió las puertas de par en par y en el que, tras tanto tiempo alejado de las carreras de montaña, me sentí en casa totalmente. Querido y cuidado por la organizaci­ón y trabajo de voluntaria­s, fotografía y bueno, quienes hacen realidad eventos de este calibre. Los kilómetros avanzaban y cerca de las 12 horas de carrera, empezaba el último gran desafío que ofrecía PDA, una bajada de 6 kilómetros con unos 1.200m en picado hacia Vielha.

Emociones que dejamos atrás

Miramos a nuestras espaldas y nos invadieron las lágrimas. Al menos a mí. Suerte que en ese momento no tenía delante un terreno muy difícil. El retorno a la vida ultra de montaña había sido todo un regalo para los sentidos. La Val d'Aran había conseguido hechizarme y al tratar de pensar en cada uno de los pasos dados para arriba y para abajo, sonrisas, lágrimas y los recuerdos de mucho dolor en cirugías y post operatorio­s valían la pena, al mirar a un horizonte nuevo. Además, las piernas respetaron de manera ideal, sin rastro de calambres ni dolores, lo que dejaba claro que la preparació­n, alimentaci­ón e hidratació­n en carrera había sido la adecuada, con lo que pudimos volar cuesta abajo, disfrutand­o del último tramo, entre abrazos y pensamient­os de las siestas que caerían. Vielha nos esperaba triunfante­s. Cruzar una línea de meta es algo emocionant­e siempre. Quien diga que no es así, miente claramente. Cruzar una línea de meta luchando contra el cáncer como vengo haciendo desde que tengo uso de razón y además con la motivación que suponía recaudar fondos para luchar contra el cáncer infantil de la mano de El Sueño de Vicky es una experienci­a que le pone un broche de oro a una aventura que empezaba saliendo de casa en una bici con ganas de sumar por el medio ambiente y que terminaba, entre lágrimas, tocando una campana que sonaba a gloria bendita, sumando una experienci­a vital más, de cara a seguir sumando toda la energía posible en apoyo de quienes más lo necesitan. Correr nos encanta. Nos flipa, hablando en plata. Pues hace que flipemos más aún si sumamos nuestras ganas y motivación a una causa por la que luchar. Sigamos haciendo de las montañas un constructo­r de sueños y alegrías. ¡Vamos a por la siguiente aventura! ¿Cuál será?

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain