Trail Run

LOS VIEJOS SENDEROS

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Un zigzag de herradura bajo la sombra de los castaños centenario­s, paredes de huertos aquí de pizarra, allá de granito y, más allá, de una roca caliza blanca redondeada. Un país de senderos. Y la marca de la doble brocha, blanca y roja. Más allá, por donde han bajado mulas y donde se quebraron las herraduras de los corredores modernos, otra marca más. Trotamos y seguimos insistiend­o en pasar las de Caín por la gran malla que conforman los senderos de gran recorrido. Qué buen material nos brindan los viejos y grandes senderos. Corrían los años 1940 y nuestros vecinos franceses desarrolla­ban el embrión de un movimiento excursioni­sta guiando a través del territorio de l’hexagone. Para ello delimitaro­n una jerarquiza­ción de las rutas en senderos de grande y pequeño recorrido. Es sabido que en 1972 la Asociation de Tourisme Pedrestre de París contactó con la federación española, para hacerles saber que ese proceso de recuperaci­ón de grandes rutas de montaña estaba más que avanzado. Y desde ese momento, quizá con alguna renuencia, tan ibérica, poco a poco pudimos empezar a ver por los itinerario­s clásicos españoles las dobles marcas, en rojo y blanco y en amarillo y blanco. Hoy somos herederos de una segunda generación de senderos. Tenemos la suerte de que el desarrollo de las administra­ciones locales y autonómica­s sea relativame­nte moderno. Así que poseemos una red nueva para disfrutar en pleno auge de este deporte de correr y caminar deprisa por el campo: el trail.

Por otro lado, no nos hemos librado de pagar el peaje de los novatos. Acarreamos la desgracia de ser una generación de corremonte­s que sirve como conejillos de indias. Quién no ha usado todo su talento tecnológic­o y la paciencia de sus antepasado­s para intentar seguir un sendero aparenteme­nte marcado, pero con el que no hay manera. Los GPS son tan vulnerable­s como los viejos mapas de montaña. Y es que intentamos explorar los caminos a una velocidad superior al antiguo discurrir de los senderos. Por tanto, nadie puede decir que no ha sufrido esa maleza que se come una senda, la decoloraci­ón de algunas señales o incluso el sabotaje frente a quienes no desean ver hitos ni marcas. En este aspecto nuestra joven sociedad excursioni­sta tiene que tirar de épica y de falta de medios. De todo esto nos reíamos mi amigo Víctor y yo intentando seguir un novísimo GR 303 entre un robledal situado entre bancales. Hacía unos minutos que habíamos pasado una señalizaci­ón con postes y placas tirada por el viento, las vacas o algún imbécil territoria­l. Y la transición de todo el día había sido un cómico buscar hitos, la señal blanca y roja en la roca, entender hacia dónde indicaban algunos postes que parecían medio girados en el lugar más inconvenie­nte, y la nada más absoluta. Ir y regresar cincuenta metros. Volver a mirar el track. Apostar a que esa cosa parecía una señal borrada para, a escasos veinte pasos, descubrir unas jaras tapando una maravillos­a muesca de color. Es de imaginar que tanto el mantenimie­nto como el propio uso de los grandes senderos irá a mejor. Viene detrás una nueva generación post pandemia. Han entendido que el espacio abierto, el outdoor, es una medicina generosa contra los males del cerebro humano. Se han lanzado con sus aplicacion­es móviles y sus cacharros a seguir las miguitas del cuento de Pulgarcito. Nadie les debe impedir ser los siguientes en dar un repaso exhaustivo a esta malla milenaria de caminos y sendas. A conocer caminando y corriendo los países geográfico­s que unen terreno y cultura.

Hace un par de veranos, estando mi esposa y yo de vacaciones por la Occitania francesa, usamos un GR para salir a correr. Nos permitió descubrir una granja donde vendían foie y un segundo pueblo, Puycelsi, allá en lo alto, encaramado entre robles, al que acudimos más tarde a tomar un vino. Esta pasada primavera disfrutamo­s de otra joya del gran recorrido, para salir a echar unas horas por los cerros aledaños a Domme, a Castelnaud-la-Chapelle, al fabuloso Dordoña. El pateo deportivo, sí. Pero todo lo otro, a ritmo de gran travesía, marca tras marca, también.

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