JORGE VÁZQUEZ
El diseñador gallego nos abre las puertas de su nuevo refugio urbano y nos desvela los secretos para recibir en casa ‘sur mesure’.
El creador fashion nos recibe para rendir tributo a los clásicos de Galicia.
Entrar en casa de Jorge Vázquez (Betanzos, La Coruña, 1972) es internarse en un universo de lujo, buen gusto y sofisticación. Después de largas e infructuosas búsquedas, el couturier por fin ha encontrado el piso de sus sueños. Se trata de un precioso espacio en el madrileño barrio de Justicia que perteneció a un conocido anticuario y que, tras darle un twist con la ayuda del interiorista Amaro Sánchez de Moya, estrena ahora con orgullo. «Es un hogar para vivir, un lugar con todos los objetos que he ido atesorando y que forman parte de mí, de mi estilo, de mi manera de ser. Una casa tiene que ser el reflejo de lo que tú eres», declara. Firme defensor de la fantasía y de la magia, admite sin tapujos que la decoración posee toques intencionadamente teatrales. Sorprende la llamativa colección de platos repartida entre las distintas estancias. «Me vuelven loco las vajillas, me encanta mezclar piezas distintas. Tengo de Limoges, Willow, La Cartuja, Sargadelos... De niño, me fascinaban las escenas de algunas, con sus princesas, paisajes idílicos y chinoiseries. Hubo un momento en el que tuve que dejar de comprar porque no podía usarlas todas. Y encontré que esta solución era perfecta», cuenta. Además de este amplio apartamento, el modisto posee
Betanzos›› otras dos casas, una en su
natal y otra en Comporta, el destino de moda en la costa portuguesa. «La de Galicia es una casona de campo del siglo XVIII, de piedra, muy acogedora, con vigas de madera en blanco, papeles pintados y mucha luz. Cuenta con una galería inmensa, que uso para todo tipo de celebraciones, dos pérgolas llenas de glicinias y un jardín precioso. La de Portugal está escondida en un bosque de eucaliptus en mitad de una zona protegida, a 100 metros de la playa. Es fresca, con un aire muy africano, en tonos verdes y tierra y de materiales eco, como el mimbre y el bambú. Se trata de un bungaló muy desenfadado, perfecto para las vacaciones», reconoce. En todas disfruta, llenándolas de invitados. Y siempre apuesta por las mezclas porque las considera un éxito asegurado. «Me entusiasma organizar grupos variados, separar a las pandillas de amigos, a las parejas. Nada me divierte más que la idea de que, de mis cenas, salgan nuevas amistades. O incluso algún idilio».
UN CANTO A GALICIA
Sus recuerdos de infancia giran en torno a su tierra, a los sabores y aromas gallegos. «Allí, las celebraciones son alrededor de la mesa. Y yo siempre he sido muy glotón.
Conservo grabados en la memoria el olor de los árboles frutales de la casa de mis abuelos paternos. Mi hermano y yo jugábamos con nuestros primos a ver quién se zampaba más higos y cerezas. Nos llenábamos la boca y, a veces, hasta las tragábamos con hueso», rememora. « No olvido tampoco las filloas, la empanada de atún ni la ensaladilla de mi abuela. Eran maravillosas». De esa época proceden su obsesión por la belleza, su inclinación al lujo y su amor por las flores. «El jardín de mi abuela estaba repleto de dalias, rosas, camelias, hortensias... Y mi madre adornaba nuestra casa con flores frescas que colocaba en soperas, teteras y jarrones maravillosos. Yo he heredado esa afición».
CON LAS MANOS EN LA MASA
Sueña con disponer de más tiempo para cocinar. Aunque borda los pescados al horno, su plato estrella es la tortilla de patata, que prepara al estilo de Betanzos. Fan de la cocina española tradicional, no se cansa de los huevos fritos con patatas.
«Me gusta saber lo que como; lo importante es que el producto sea bueno. No necesito salsas, espumas ni ornamentos», subraya. No le hace ascos a los platos japoneses, chinos ni peruanos. Sin embargo, no soporta la comida americana ni la francesa. Tampoco las vísceras. Reconoce que su pecado gourmet son los postres. «Soy un goloso sin remedio. Uno de mis olores preferidos es el de las confiterías. Especialmente, el de Rábade, en Betanzos –Ferradores, 15–, donde venden los mejores milhojas del mundo. Si quieres acertar conmigo, regálame una tarta Capuchina de Chantilly –Claudio Coello, 68, Madrid– o el helado de mascarpone con higos de Cacao Sampaka –cacaosampaka. com–. Me harás feliz», sugiere entre risas.
TIPS INFALIBLES
Jorge, además de buen anfitrión, es un excelente cicerone. Cuando sale a cenar en Madrid, elige Aire (Orfila, 7), el restaurante especializado en aves de su amiga Erika Feldman, dueña también de Fuego (Hermanos Bécquer, 5). A su lista de favoritos añade El Paraguas (Jorge Juan, 16) y El Qüenco de Pepa (Henri Dunant, 21). «Son lugares en los que miman el producto y se come rico», explica. Como buen gallego, le apasiona el marisco. «Suelo recomendar A Mundiña –Estrella, 10–, en La Coruña; entre su empanada de zamburiñas, las cigalas, el centollo y los percebes, no sabría con qué quedarme. En Betanzos, no puedes perderte el pulpo a feira de El Pirri –Valdoncel, 3–. Ni debes irte sin probar la tortilla de Casa Miranda –Progreso, 5–, que lleva ganado el premio a la mejor de España cinco años seguidos». Su tienda deli preferida en la capital es Cristina Oria (Conde de Aranda, 6), y, para sus cenas, siempre confía en Sixsens (sixsens.com), el catering de Caritina Goyanes. «Su cocina es impecable, de calidad y sin florituras. Y sus camareros, jóvenes, educados y guapos», cuenta. ¿Un último consejo para triunfar? «La naturalidad».